martes, 19 de noviembre de 2013

Los ojos de la oportunidad

Soy de la opinión que la vida no es complicada, es tremendamente sencilla, muy sencilla, y en ocasiones incluso fácil. El problema, o la circunstancia que desequilibra (así suena mejor), según pienso yo, somos nosotros, los seres humanos. Y en concreto, la utilización que hacemos de nuestras facultades mentales. Y ajustando aún más, el modo en que empleamos diariamente la facultad de nuestro razonamiento, herramienta que posee las llamadas ideas o creencias con las que interpretamos la vida. Porque la vida no es ni buena ni mala, ni difícil ni fácil, la vida es, y somos nosotros con nuestras creencias que la vemos de un modo u otro. Es la llamada actitud mental, o cosmovisión de la vida, con la que enfocamos las situaciones de la existencia, la que hace que nuestras vidas se conviertan en un camino de rosas transitable o un barranco de espigas próximo al abismo. Son nuestras ideas, las creencias con las que nos han condicionado a lo largo de nuestra vida y las que nosotros mismos hemos decidido incorporar a nuestro código de valores, que sirven de lentes para observar de un color determinado las situaciones. Es por lógica, que cuando yo mantengo una actitud mental derrotista, temerosa y pesimista, las creencias propias se convierten en obstáculos limitantes para el desarrollo de mi vida. Entonces, es cuando manifiesto que la vida es complicada. Si, por el contrario, adopto una postura mental optimista, positiva, agradecida y esperanzadora, mi vida es más sencilla y sus situaciones más llevaderas.  

La vida está ahí, postrada ante nuestros ojos, con sus ríos, mares, bosques, montañas, playas, niños, adultos, ancianos, animales, plantas, seres vivos diversos, y una infinidad de situaciones, acontecimientos, vivencias, circunstancias. Porque la vida, si alguna cosa es, son situaciones, acciones llevadas a cabo generalmente por personas en un espacio determinado de tiempo. Y en esos sucesos pasan cosas, cosas que han de ser interpretadas por nuestras mentes. Dependiendo cómo las representemos nos sentiremos en un estado negativo o positivo. Pero no es el estado negativo o positivo que ya viene dado en la situación, como se nos ha hecho creer a lo largo de nuestra vacía educación, sino que somos nosotros los que ponemos el estado negativo o positivo en la situación. Es decir, nosotros tenemos un grandioso poder, el poder de decidir con nuestras ideas cómo queremos sentirnos.

La actitud mental que predomina en las mentes de los individuos de esta sociedad en general es la de la "exigencia de resultados". Sí, nos han instruido desde ya muy pequeñitos en la lucha cuerpo a cuerpo contra el otro para ser mejor, en la batalla intelectual y moral por alcanzar el éxito, en la idea de perfección, en la necesidad obsesiva de hacer las cosas siempre y por siempre para la obtención de un resultado. A caballo del artículo anteriormente escrito en este blog personal, aprovecho para indicar lo que decía el filósofo Erich Fromm: "el hombre de este siglo es un un animal consumista". Efectivamente, somos hombres convertidos en animales consumistas con la única misión de consumir, y en un aspecto muy específico, pienso yo, resultados, muchos resultados exitosos. Nos exigen tanto, que vivimos cada momento de nuestra vida con el pensamiento de hacer para conseguir el resultado de... Siempre nos marcamos la exigencia del resultado: conseguir aparcamiento, que el hijo apruebe, que haga sol, ir a cenar el sábado fuera de casa, y un largo etcétera. En todo este entramado sucede que tras la exigencia de hacer algo para conseguir algo se encuentra el miedo existencial a no conseguir aquella expectativa que se ha creado, y consecuentemente el estado de preocupación que tan familiar es para los sujetos de este siglo XXI. Si somos detenidamente observadores podremos ver como esta forma de interpretar las situaciones es la común en la mayoría: me exijo un resultado, aparece la duda con el miedo a no conseguir lo que me propongo y se dispara la preocupación. Resultado final: vivo preocupado por no alcanzar lo que deseo en un estado de tensión constante.
Sin embargo, hay otra forma de interpretar las situaciones. No desde la exigencia del resultado, que hace que te obsesiones con el mismo y el miedo paralice tus recursos internos, sino desde la oportunidad, concepto maravilloso que para mí adquiere el significado de "abrir puertas". En vez de ver las situaciones desde la exigencia las podemos ver desde la oportunidad. Hagámonos esta pregunta: ¿qué pasaría en mi vida si yo no tuviese la oportunidad de tener un coche para desplazarme, una madre que me ayudase, un hermano que me apoyase, un trabajo con compañeros divertidos y un buen sueldo, unas piernas para desplazarme, agua para beber y ducharme...? Esta pregunta hace que la mente se plantee la situación presente con un valor, ya que cada situación posee un valor en sí, y te conectes con el valor de la situación proyectándolo en un beneficio personal. Cuando la vida y sus situaciones las observas desde la oportunidad presente, pues sin esas situaciones tú vida habría sido seguramente un poco peor, el sentimiento que se alberga en tu interior pasa de ser miedo y preocupación a agradecimiento y pasión. Lo que sucede con la oportunidad, simplemente, es que conectas con la vida, con el acto mismo de la oportunidad y, fluyendo en esa corriente de energía positiva, el resultado que de fondo esperabas viene sólo, sin que le obligues a aparecer.

Te aconsejo que mires la vida con los ojos de la oportunidad, que te hagas la pregunta esencial que conecta tu mente y corazón con el valor de la vida. Serás mucho más feliz, y tu vida será más sencilla, incluso más fácil.

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