martes, 29 de octubre de 2013

El valor natural del hombre

En nuestra actual corriente social hay un dogma imperativo que permanece fijo en nuestras mentes y actitud como regla básica de vida: la consecución de los resultados. A partir de ellos nosotros somos. Y somos algo digno de valor si nuestra vida es una correlación de resultados conseguidos. Si no, si el fracaso se acentúa más que el éxito, entonces perdemos todo el peso como seres humanos, descendemos en el nivel social y personal. Hemos fallado en nuestra existencia. Que responsabilidad tan grande la que tiene el hombre de hoy en día, siempre acertar, ser exitoso, nunca fallar, jamás fracasar. Que carga tan pesada la que sustentamos sobre nuestros hombros. El osado peso de los resultados.

La existencia vital del ser humano se debe al logro de aquello que se ha propuesto: al objetivo, al fin, al resultado final, al éxito deseado y soñado. La vida y sus días tienen un sentido si los resultados esperados llegan, si no, el tiempo y las acciones han sido mal empleados, pues la satisfacción personal no está en relación a las expectativas creadas. El animal consumista de esta época llamado hombre, así lo tildaba el filósofo Erich From, camina encorvado por la tremenda responsabilidad de conquistar los resultados que tanto espera. Son esos resultados, ese éxito, ese logro, el que determina el valor como persona en esta sociedad. Si hay éxito eres merecedor de una alta identidad y estatus. Si hay fracaso no eres merecedor de tal identidad o estatus. Has fracasado en tu vida. Y así vamos clasificando a los seres humanos, como de pequeños hacíamos con los seres vivos: invertebrados, vertebrados, etc. La diferencia entre tales clasificaciones se basa, por un lado, en los seres vivos, mediante el sustento natural de las condiciones biológicas, algo que viene intrínseco a la vida; y por otro, en los seres humanos, a partir de una selección artificiosa y desigual que no pone atención en la propia naturaleza del ser. Es decir, que en la segunda la esencia humana como naturaleza se elimina y ni tan siquiera se tiene en cuenta. La pregunta es sencilla, si somos seres vivos creados por la naturaleza, ¿por qué dejamos de vernos y valorarnos por nuestra identidad trascendente y espiritual? Sencillamente por el poder material, porque el hombre consumista, decía From, sólo obtiene el poder por sus logros materialistas, y para tal hazaña necesita hombres desnaturalizados que hayan perdido su esencia natural.

Que se me entienda bien. No digo que enfocarse en los objetivos sea malo y negativo. No aseguro que tengamos que pasar del planteamiento de objetivos en nuestras vidas. No niego el hecho de vivir una vida marcada por objetivos y resultados. Pienso que la fascinante sensación de haber logrado lo soñado es naturalmente digna y sensacional. Y es positiva, pues nos hace vivir en un tipo de bienestar. Nos hace tener una existencia encaminada y ordenada, con conocimiento de causa, con un motivo o motivos para vivir. Lo que no podemos permitir es que este modelo de sociedad consumista y artificial engañe nuestras mentes diciéndonos y obligándonos a creer que lo importante y vital, sólo lo importante y vital, es conseguir resultados materialistas, y todos ellos han de ser exitosos. ¿Y sabes por qué? Porque entonces sólo te valorarás por lo que haces, no por lo que eres como ser natural, y es así como en este siglo XXI la principal enfermedad que reina en la tierra es la "depresión", consecuencia final de un inicio llamado "autoestima baja", provocada por la decepción de no lograr los objetivos planteados.
Por mi experiencia personal y profesional puedo asegurar que la gran mayoría de las personas padecen de autoestima, tanto por infravaloración como por sobrevaloración. Cuando depositas tu esperanza de vida y tu identidad humana en lo que consigues materialmente te sitúas en extremos que son muy peligrosos, pues vives en una inestabilidad emocional y en una incertidumbre y miedo existencial constantes.

Todo es un problema de interpretación de la realidad humana. El hombre vive en una sociedad construida a base de materialismo. Eso no lo podemos negar, y el que lo niegue está ciego. Según mi punto de vista, de este sistema y modelo materialista no podemos salir a no ser que se destruya por una saturación del propio sistema. Como esa posibilidad de momento no se contempla hay que ser realistas y saber que estamos sumergidos en un estricto marco materialista. Entonces hay que convivir con estas exigencias materialistas de la sociedad, y lo tenemos que hacer si queremos estar en el sistema. Si no, con libertad, se puede elegir la opción de escapar de ella y naufragar en un propio mundo individual y personal. Respetable y digna también. Pero si decidimos vivir en el sistema hay que lidiar con las exigencias de los patrones sociales, y esos son, en gran parte, la consecución de objetivos materialistas, de resultados. Sin embargo, si queremos ser felices en una estabilidad y bienestar globales, no podemos alejarnos de nuestra realidad natural del hombre. Tu existencia no puede depender solamente de tus resultados, tu existencia es algo mucho más grandioso y brillante que un título académico, un trabajo apasionante, un sueldo descomunal o una fama ilimitada y eterna, tu razón de ser, el valor primero que te has de dar como ser humano reside en el maravilloso evento de tu existencia. Sí, por el mero hecho de existir ya tienes un valor universal. Y si estás aquí en esta vida, en esta sociedad y existencia, es por un motivo que trasciende o debe trascender tu función materialista. No puedes convertirte en un bien de consumo para ti mismo. Tú, yo, el ser humano sobrepasa las fronteras de lo físico y material, el hombre es un absoluto que conecta con lo inabarcable. El hombre posee el don de existir y de dar en acto de contacto con sus semejantes y su entorno las cualidades innatas de su naturaleza, todas provenientes del amor universal que impregna su ser.
Por lo tanto, el hombre ha de valorarse primeramente por su naturaleza espiritual y, en un segundo plano, por su condición material y artificial  que el sistema le exige.

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